fogonero

fogonero
Calderas en el Ingenio Riopaila

domingo, 11 de diciembre de 2011

EL FOGONERO

Y, sin embargo, el fogonero ya no parecía abrigar ningu­na esperanza. Tenía metidas las manos, a medias, en el cin­turón de los pantalones que, junto con una raya de su cami­sa de fantasía, se había salido a causa de sus ademanes agi­tados. Esto no le preocupaba en absoluto; él había contado todas sus penas, ¡que vieran, pues, ahora también esos po­cos harapos que llevaba sobre su cuerpo, y luego que lo echaran afuera! A él se le ocurría que el ordenanza y Schu­bal, los dos de categoría inferior entre todos los presentes, tenían que hacerle este último favor. Schubal se quedaría tranquilo entonces y ya no se desesperaría, según había ex­presado el cajero mayor. El capitán podría contratar sólo a rumanos, en todas partes se hablaría el rumano y tal vez todo marcharía realmente mejor. Ya ningún fogonero iría con su charla a la caja principal, sólo esta última charla suya quedaría en el recuerdo, en un recuerdo bastante grato, ya que, tal como el senador lo había destacado expresamente, había sido el motivo indirecto para reconocer a su sobrino. Por otra parte, ya antes ese sobrino repetidas veces había tratado de serle útil, demostrándole así por anticipado su gratitud, más que suficiente, por el servicio que le prestó con motivo del reconocimiento; no se le ocurría al fogone­ro pedirle ahora cosa alguna. Por lo demás, aun siendo so­brino del senador, distaba mucho todavía de ser un capitán, y de boca del capitán caería finalmente la sentencia aciaga. Según su modo de ver las cosas, el fogonero procuraba por lo tanto no dirigirle la mirada a Karl, pero por desgracia no quedaba en aquel cuarto, lleno de enemigos, otro sitio don­de pudieran reposar sus ojos.